
El mapa con el estrecho de Ormuz
Ormuz bajo el síndrome del Yom Kipur y la sombría presencia de Trump
Los análisis históricos de Ian Black o Eugen Rogan aportan luz a la escalada militar del Golfo Pérsico
El estrecho de Ormuz, nudo estratégico de las reservas de energía primaria (petróleo y gas natural) en Occidente, vuelve a ser un escenario bélico. Ocurrió en los noventa con las guerras sucesivas como la invasión de Kuwait por parte de Irak o la contienda Irán-Irak, pero su memoria real retrocede hasta 1973, año de la Guerra del Yom Kipur, librada en el Sinaí y en los Altos del Golán entre Israel y una coalición de países árabes, como Egipto y Siria, a la cabeza, aliadas de Palestina.
Si Teherán decide ahora bloquear el estrecho, los flujos de petróleo del Golfo Pérsico se verán afectados con una subida del precio del Brent que superará los 150 dólares el barril, según los expertos de ING y JP Morgan, volcados ya en las oscilaciones nunca vistas de los mercados de futuros. La decisión sobre Ormuz corresponde al líder supremo de la República islámica, Alí Jamenei, recluido en un bunker junto a sus asesores y sin mediar palabra. Fuentes del NYT hablan de un refugio casi ignominioso que jamás hubiese aceptado el Ayatolah Jomeini, inspirador y líder de la Revolución Islámica, en 1979.
La guerra de 1973 comenzó cuando la coalición árabe lanzó un ataque sorpresa conjunto sobre las posiciones israelíes en los territorios conquistados por Israel durante el Yom Kipur, fecha sagrada del judaísmo que coincidió aquel año con el Ramadán de los musulmanes. Las fuerzas egipcias y sirias cruzaron las líneas de alto el fuego para entrar en la península del Sinaí capturada por Israel en la Guerra los Seis Días, de 1967.
Enfrentamiento siin tregua
El mundo vivía bajo el equilibrio de los dos bloques. Estados Unidos y Rusia reabastecieron a sus respectivos aliados hasta imponer la paz cinco años después, en el primer Camp David de la historia (1978). Egipto -tras el asesinato de Anuar El Sadat, a manos de los Hermanos Musulmanes- empezó entonces su distanciamiento respecto a Rusia y hoy El Cairo es la capital silente de una dictadura militar que quiere mantener la equidad con sus vecinos.

Portada del libro de Ian Black
La nueva guerra Israel-Irán-Estados Unidos es el síntoma de un dolor que lleva casi un siglo de existencia: la dualidad imposible entre Israel y Palestina. Ian Black en Vecinos y enemigos -reconocido como el libro definitivo sobre la cuestión por The Economist y The Guardian- apunta tras cuatro décadas de investigación que ambas partes, la sionista y la palestina se ven como víctimas lo que convierte que la autodeterminación de una suponga la eliminación de la otra. Además, cuatro años después de la publicación de Vecinos y enemigos (Planeta), el tercerismo no puede ser reconocido en plena masacre en Gaza, cuya única culpabilidad recae en Benjamín Netanyahu.
“Black realiza una evaluación amena y justa de por qué este enfrentamiento ha continuado sin tregua durante tanto tiempo”, afirma Rashid Khalidi, historiador norteamericano y autor de Palestina: cien años de colonialismo y resistencia, un texto de referencia. Nacido en Manhattan, el padre de Rashid estaba terminando sus estudios en Nueva York cuando estalló la primera guerra árabe-israelí en la que los Khalidi perdieron su hogar.

Portada del libro de Eugen Rogan
Las historias que valen empiezan todas en el mismo punto: 1917, con la rendición del Jerusalén ante las tropas británicas o la creación del Estado de Israel, en 1948, a la que han seguido ochenta años de acontecimientos trágicos. Por su parte, Eugen Rogan, profesor de Oxford, en Los árabes (Ed. Crítica), arranca en el imperio otomano y en la quiebra de las potencias coloniales.
En opinión del académico británico, Sir Alastair Horne, el libro de Rogan permite entender “los agravios que el mundo islámico estima haber sufrido de Occidente”. Para el pensador judío de mayor enjundia en el último siglo, Primo Levi, el judaísmo jasídico, ultra ortodoxo, ha quebrado la legitimidad de Israel.
Irán es un importante productor de petróleo, con un bombeo de 3,3 millones de barriles diarios de crudo y exportaciones cercanas a los 1,7 millones, por lo que, si hay una escalada, no es difícil prever una interrupción del suministro de petróleo iraní. El cierre del Estrecho supone el bloqueo del 20% de la producción mundial de petróleo y gas natural licuado. La amenaza del bloquero no es nueva. Durante años, las autoridades persas han amenazado en varias ocasiones tanto a Israel como a Estados Unidos con bloquear el tránsito marítimo y sobre todo a este último, en respuesta a las sanciones impuestas por Washington por su programa nuclear.
Convidado de piedra
El estrecho situado entre Omán e Irán es la principal ruta de exportación de crudo iraní y es la principal ruta de exportación para Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irak y Kuwait. Las crítica a Donald Trump por parte de los países árabes productores es unánime, pero una visión crítica no es capaz de romper la alianza entre el Golfo y Occidente.
El peligro late cuando, los bombarderos de Trump en Irán provocan un regreso del mundo al mapa del 73, el momento en el que la casa de Saúd de Arabia redujo significativamente la exportación de crudo. Empezó entonces una crisis económica mundial, aunque de corto espacio de tiempo, ya que Riad y Washington acabaron observando la vigencia del pacto histórico entre EEUU y Arabia Saudí, firmado por el presidente Roosevelt y el Rey Faisal, en 1945, a bordo de portaviones de la armada en el que el Rey de Arabia se comprometió a aceptar los términos de la Declaración Balfour de 1919, que reconocía al estado de Israel.
Los países hermanos de la causa palestina se desdibujaron durante la Primavera Árabe y la invasión de Irak; ahora, Siria no existe y Egipto, que un día fue bajo Nasser el gendarme de la Región, es hoy un convidado de piedra; sin olvidar que Jordania abandonó la causa tras la Guerra de los Seis Días. No habrá unión panárabe y menos ahora desde la desaparición de Hasán Nasralá, el líder de Hezbolá en Líbano.
Pero habrá presión por parte de Omán, Kuwait o Catar, los califatos islámicos que nadan en la abundancia y han amasado fortunas a costa de su reputación histórica. Los minaretes de Doha, Kuwait o Damasco rezan por los muertos en Gaza y por sus hermanos islámicos de Irán. Pero saben que no habrá guerra de infantería terrestre en la insondable Persia del Gandom Beryan (trigo tostado), la gran meseta cubierta de lava oscura, en la que sucumbieron las tropas del Gran Alejandro.