
Habla el Extranjero
¿De qué se habla en todas las conversaciones, en qué piensan todos en España? En el maldito calor que hace, y el verano acaba de empezar. Ya es la hora en que las cadenas televisivas nos recomiendan caminar por la sombra, hidratarse bebiendo agua con la debida frecuencia, llevar sombrero, no salir a la calle a las horas de mayor temperatura, y otras genialidades que a nadie se le habían ocurrido.
La preocupación por el calor no es una exclusiva nacional, por supuesto. En muchos otros países de Europa, las temperaturas alcanzan niveles récord de más de 40 grados, se propagan los incendios forestales, los ríos, lagos y estanques se secan, y los cultivos se marchitan. La prensa europea se pregunta sobre este fenómeno y aventura respuestas.
En Francia, el diario económico Les Echos argumenta a favor de los sistemas de refrigeración por aire acondicionado: “Debemos plantar árboles en las ciudades, desarrollar planes de apoyo para los más vulnerables, cambiar las prácticas agrícolas, repensar las condiciones laborales, y así sucesivamente. Y hay un tabú que debe romperse: el aire acondicionado.
Mientras que en Estados Unidos y China es algo común, en Francia tiene mala reputación cuando se trata de espacios privados, comunitarios y escuelas. Sin embargo, ya se han logrado avances para limitar su impacto negativo en el clima, y es posible avanzar aún más. Es hora de cambiar la narrativa y adoptar la tecnología antes de que las olas de calor se vuelvan mortales”.
Desde Alemania, el influyente diario Süddeutsche Zeitung, de Múnich, considera que estas temperaturas extremas deberían devolver el cambio climático al centro de atención. Pero, lamentablemente, escribe: “En muchos lugares ocurre lo contrario. El presidente francés Emmanuel Macron, la ministra alemana de Energía y Economía Katherina Reiche y muchos otros políticos de los gobiernos europeos están diciendo a la gente que las prioridades son la competitividad y el crecimiento económico.

Aviso de calor en un dispositivo móvil en Barcelona, Cataluña (España)
¿Protección del clima? Sí, ya, eso también. Pero no debe impedirnos ganar dinero ni alterar nuestros hábitos. Si lleva más tiempo, pues que así sea. Es una pena que, precisamente ahora, nos golpee una ola de calor. Esta semana que estamos pasando demuestra una vez más que el calentamiento global causado por el ser humano es real y amenazante. Habría que cerrar los ojos con fuerza, taparse los oídos y poner el aire acondicionado al máximo para ignorar este hecho”.
En una panorámica de opiniones enfrentadas, también destacan los posicionamientos del izquierdista Libération, en Francia, y el clásico conservador británico The Spectator. Para el primero, el problema es urgente, estructural y exige intervención del Estado: “Nuestras viviendas, escuelas, hospitales y calles siguen siendo en gran medida inadecuados para hacer frente a las repetidas olas de calor, como la que afecta a Francia a partir de este lunes 30 de junio. Para remediarlo, ha llegado el momento de establecer un marco legislativo vinculante.
El calentamiento avanza más rápido que nuestra capacidad para cambiar nuestras ciudades, nuestros hogares, nuestros hábitos. El sobrecalentamiento es total y las medidas son insuficientes. Las ciudades intentan innovar, los planes locales se multiplican y, mientras tanto, cada uno se las arregla como puede para afrontarlo. Pero nuestra falta de adaptación causa cada vez más víctimas. Sobre todo porque los picos de calor ya no son un fenómeno raro, sino la norma. Entonces, la vida cotidiana se detiene.
Varias escuelas cierran en diferentes departamentos, las actividades se ralentizan, el día a día es poco a poco devorado por este calor que no dejará de agobiarnos. El balance en términos de salud pública es elocuente: el calor causó un exceso de mortalidad de 3.700 personas en 2024. Un peligro que primero sufrimos en casa: el 42% de los franceses declara haber sufrido el calor en su vivienda.
Sin embargo, este tema ha permanecido durante mucho tiempo como un punto ciego de las políticas públicas. En los próximos días se presentará en la Asamblea Nacional un texto multipartidista, Cero viviendas caldera. Esperemos que haga avanzar el tema. Las consecuencias dramáticas del calentamiento climático nunca han sido tan palpables; literalmente, nos asfixian. Y, sin embargo, la conciencia ecológica no deja de retroceder. Es hora de que esta paradoja nos escandalice”.
La perspectiva de The Spectator, en cambio, parte de la sospecha hacia el paternalismo estatal, y se expresa con ironía y flema británica. En un editorial reciente, se preguntan: “¿Realmente necesitamos ser sometidos a más alertas gubernamentales de calor alarmistas? Desde tiempo inmemorial, en el sur de Inglaterra suele hacer bastante calor en algún momento de la mayoría de los veranos. No abrasador.
En los últimos años, normalmente se ha llegado a unos 30 grados, a veces más. Un poco más fresco que el tipo de clima que millones de personas soportan cuando van al Mediterráneo de vacaciones. La Agencia de Seguridad Sanitaria del Reino Unido, creada por Matt Hancock en 2021, ha advertido que 'es probable que se produzcan impactos significativos', incluida la muerte, entre las personas de 65 años o más.
Como si participaran en un concurso de “enseñar a tu abuela a chupar huevos”, la agencia luego nos informa que 'usar ventiladores, llevar ropa holgada o correr las cortinas para mantener frescas las habitaciones puede ayudar a mantener las temperaturas en niveles más seguros'.
Dios mío, ¿de verdad debemos pagarle al gobierno para que nos diga que los ventiladores nos refrescan? ¿Para qué molestarnos en pensar por nosotros mismos? Estamos en una espiral descendente: cuanto más hace el Estado, más delegamos en él, más indefensos nos volvemos, y acabamos teniendo que recibir lecciones sobre cómo mantenernos calientes en enero e hidratados en junio.”

Una mujer se abanica durante la ola de calor Europa Press
El artículo continúa con una anécdota reveladora. Un amigo texano del autor se mudó con su familia a Kent y quedó desconcertado ante la reacción de la escuela de su hijo por un día caluroso antes del evento deportivo escolar. “Estamos monitoreando la situación”, anunció la escuela. “Sabemos que está causando alarma. Tengan la seguridad de que no correremos riesgos.” ¿La temperatura? Unos templados 32 grados. El amigo exclamó: “Por el amor de Dios, lo único que necesitas es agua y protector solar”.
Con su estilo sarcástico, el texto concluye: “Realmente somos un chiste. Los franceses, que tampoco son ajenos al gran estatismo, no empiezan a preocuparse hasta que el mercurio se acerca a los 40 grados. Vale, allí hay más cultura de aire acondicionado en edificios públicos y todas las casas tienen persianas en las ventanas. Pero la gente sigue saliendo y lo encuentra perfectamente soportable. Si vas más al sur, la gente ha vivido con temperaturas cercanas a 50 grados durante años.
Cuanto más asustemos a la gente con el clima normal, más fácil será que compren bombas de calor y coches eléctricos. Así que debemos aceptar más años pagando enormes impuestos para financiar agencias gubernamentales que nos digan que usemos protector solar en verano, que comamos menos azúcar, que bebamos menos alcohol y que nos lavemos las manos después de ir al baño.
En otras palabras, más años siendo tratados como niños pequeños y, por tanto, comportándonos como tales. Con el clima, la comida y la bebida, somos la generación que espera a que le digan qué hacer. Bueno, al menos brilla el sol y empieza Wimbledon. Salgamos a disfrutarlo. Si es que todavía nos lo permiten.”