
La Italia declinada: D’ Annunzio, De Gasperi, Andreotti y Meloni
El desafío conservador ante el vacío político de la UE: La Italia declinada de D’ Annunzio a Meloni
Meloni retoca el pasado, con Mussolini de fondo: su ideología de base es una defensa de la sacralidad de la vida humana frente a lo que ella considera el pensamiento ultraliberal que ha convertido al ser humano en una mercancía susceptible de renuncia
El desafío conservador ante el vacío político de la UE: El temblor republicano ante la Francia de Orleans
Italia es un eclipse bello sobre el Adriático y atávico como las piedras antiguas y los picos del Abruzo. Allí ha reinado la Democracia Cristiana, la plataforma ideológica que reconstruye la nación en los años de posguerra, el país que apuesta por Europa de la mano de políticos como De Gasperi, y controla el Sorpaso eurocomunista de los setenta bajo el manto protector de los grandes empresarios, como Agnelli, Pirelli y Olivetti, patronos con imagen de príncipes del Renacimiento, aureolados de prestigio y autoridad.
Aquella Italia de miedos (la pobreza) y esperanzas (la industria) se ha contaminado hoy del odio de Fratelli d’Italia, regulado por su líderesa, Giorgia Meloni, primera ministra que modula por momentos su pasión autoritaria por medio de la gobernanza.
Ella encaja inesperadamente en Bruselas y expresa sin disimulo la metáfora de Hegel en La Fenomenología del espíritu, cuando el filósofo compara el agobio del sujeto moderno con la de un mosquito “atrapado en una telaraña de vastísima complejidad”.
Meloni se ha visto atrapada por la UE y se acomoda en su seno, pese a sus principios antieuropeos. Argumenta que la libertad no es tan compleja como nos la presentan los viejos liberales, cuando predican la representación parlamentaria en tanto que emanación legítima del poder.
El populismo ha comprendido que, en los años de la masificación, la comunicación ideológica no se transmite a través de la razón; es un mensaje sentimental que pasa del líder al conjunto del cuerpo electoral.
Con Mussolini de fondo
En los años del Milagro, conviven en Italia el futurismo, el neorrealismo y la vanguardia del pensamiento perdido entre la nostalgia del viejo Imperio (la mirada de Indro Montanelli) y la contemporaneidad de líderes, como Andreotti, alentador de los centros de conocimiento, en Florencia, Turín o Milán.
Pero la fascinación italiana de los años de posguerra termina en caos. Después de décadas de crecimiento económico y escasa estabilidad política, el país entra en el desgobierno; acaba confluyendo en la Tangentópolis -los procesos judiciales contra la corrupción por parte de una Fiscalía fuerte y patriótica- y se desata el Estato ladro, la insidia de una Lombardía endurecida y separatista, lanzada contra las élites políticas de Roma.

Gabriele D'Annunzio, 1922
La esencia de la Italia posmoderna se labra medio siglo antes. El futurismo rompe amarras cuando Filippo Tommaso de Marinetti publica en el diario parsino, Le Figaro, el texto manuscrito de su célebre manifiesto exaltador de la velocidad, la belleza de las máquinas, la modernidad y el dinamismo.
En el otro extremo de una revolución que desembocará en el fascio, el soberbio escritor Gabriele d’Annunzio abriga el amor ilegítimo de una condesa rusa a la que, en un exceso poético, acabará llamando Thalassia. D’Anunzio desembarca en Génova, frente al Mar de Liguria en olor de multitud y clama contra el emperador de Austria para infundirse valor en las trincheras de la Gran Guerra. Se ha convertido en soldado y sabe ya que pronto saltará sobre Roma en la Gran Marcha, junto a su amigo Benito Mussolini.
Italia ha atravesado dos guerras mundiales que dejan un rastro de desolación y tristeza. En 1945, el país se encuentra devastado, como testimonian las películas del neorrealismo. La imagen en blanco y negro de El ladrón de bicicletas (Vittorio de sica) muestra el erial urbano de un país en desempleo eterno sobre un fondo con las instalaciones de Fiat, destruidas por los bombardeos.
Clase dirigente
El país anhela el éxito que promete la revolución industrial, impulsada por una nueva burguesía que ha ido apareciendo lentamente, tras la proclamación del Reino de Italia, en 1861. El Norte levanta las potentes acerías de Breda, Terni, Orlando o Falk, impulsa la construcción de la red ferroviaria y la especialización naval, reunida en los astilleros de Ansaldo (Génova).
El cornetín suena en los salones de Turín, donde Giovanni Agnelli confiesa su pasión por los automóviles. Pronto disfrutará de un imperio con veleros de caoba, helicópteros y residencias a montones, entre las que destaca Villa Perosa, con jardines legendarios y un museo privado. Es precisamente Agnelli quien reproduce una y mil veces la frase machacona de Marinetti: “es más bello un bólido a cien kilómetros por hora que la Victoria de Samotracia”.
En poco tiempo, el patrón de Fiat y otros como, Pirelli, Olivetti o Benedetti, se convierten en la gloria del nuevo país emergido de la devastación militar. Los empresarios crean el nuevo Ressurgimento, evocando a Garibaldi. Abominan de las guerras, pero no reconocen que las contiendas europeas han abierto para ellos los nuevos mercados. La empresa familiar italiana se hace con el control de la patronal del país transalpino, Cofindustria; ejerce su papel de clase dirigente y genera una corriente de confianza que legitima el pensamiento político liberal y reformista.
Mujer, madre, patriota
El sueño fordista y el consumo de masas levantan a Italia. Detrás del renacer, la Democracia Cristiana (DC), fundada en 1943, une al país con destino de Europa. Pero repensar un futuro significa definir un proyecto colectivo que vaya más allá de la economía basada en sus vectores industrial y financiero. Mientras la mayoría reclama más atención del Estado reaparecen las peores pesadillas: el nacionalismo populista y la corrupción a gran escala.

La primer ministro de Italia, Giorgia Meloni, tras la reunión del G7 EFE
El proyecto de país se hunde y no resurgirá hasta el turno de políticos pragmáticos como Letta o Draghi o con la inercia populista de Meloni montada en la nube antiinmigración. La actual primera ministra empieza hablando del seductor Benito Mussolini, el dictador escuadrista de eficacia retórica. Es una celebración por ascendencia que convence sin duda a los votantes y que ella celebra más adelante mostrando su cuadro macroeconómico: Italia, la sexta potencia exportadora mundial, redujo su déficit público del 7,2% al 3,8% del PIB entre 2023 y 2024, y prevé reducirlo al 3,3% en este 2025.
Meloni ofrece la imagen de mujer, madre, patriota, fundadora de la fuerza política más pujante de Italia y referente internacional como presidenta de ECR Party en el Parlamento Europeo. Ella es el reflejo de los cambios y transformaciones de la derecha política italiana en las últimas décadas. Arranca en la herencia de la vieja Alianza Nacional (MSI) y en los encuentros más recientes con Forza Italia, de Silvio Berlusconi, y con la Lega, de Bossi y Salvini.
Discurso nativista
La corriente profunda del pensamiento conservador italiano tiene su raíz en la figura del Duce, el hombre que le abre la puerta a Hitler y conduce su hegemonía hasta la personalización autoritaria de estas dos consignas: “Yo soy el pueblo” y “El pueblo soy yo”. Va desde la sinécdoque peligrosa hasta a la “violenta reducción de la singularidad del líder carismático” (Antonio Scurati).

Mussolini y Hitler
Meloni retoca el pasado. Su ideología de base es una defensa de la sacralidad de la vida humana frente a lo que ella considera el pensamiento ultraliberal que ha convertido al ser humano en una mercancía susceptible de renuncia (aborto o eutanasia).
Su despegue como política de consenso empieza en el Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en Verona en el año 2019 y su defensa encendida de la familia, “ese lugar íntimo en que el ser humano crece y aprende a amar, a respetar, obedecer, y colaborar con generosidad y sin esperar nada a cambio”, en palabras de Jorge Buxadé, diputado europeo de Vox.
El conservadurismo italiano no recita las bondades del neoliberalismo; enfatiza la tradición dentro de un discurso nativista. Su éxito impregnado de religiosidad vaticana se opone, al cristianismo compasivo y hospitalario como respuesta a la xenofobia.