
José Teruel
José Teruel: "La voz más personal y única de Martín Gaite está en sus ensayos"
El biógrafo de la escritora salmantina, de cuyo nacimiento se cumple este año el primer centenario, indaga sobre la vida y la obra de la autora de Nubosidad variable en el libro ganador del Premio Comillas 2025
Se cumplen los cien años del nacimiento de Carmen Martín Gaite, una mujer de letras que tocó todos los géneros: novela, relato, teatro y ensayo. José Teruel es, con toda certeza, la persona que más sabe de la obra de Martín Gaite. Es el responsable de sus obras completas; gracias a su trabajo la obra de la escritora salmantina está al alcance de todos los lectores. Al calor de este centenario, Teruel firma en la editorial Tusquets una extraordinaria biografía con la que, además, ha obtenido en Premio Comillas de este año.
“El alma humana se parece a las nubes. No hay quien la coja en la misma postura”, escribió Carmen Martín Gaite.
Ella era muy consciente de que una vida es un falso singular y que en realidad se viven varias y con diversas modulaciones. Recordemos la elocuente cavilación de Águeda Soler en Lo raro es vivir: "Las vidas van siempre en borrador, tal que así las padecemos, nunca da tiempo a pasarlas en limpio".
Para comprender la relación de Martín Gaite con lo autobiográfico y su trabajo,me gustaría preguntarle de qué manera habla en ocasiones de sí misma, pero no directamente, sino a través de la ficción o el ensayo.
Su obra es una invitación, confiada a la inteligencia del lector, al descubrimiento de la doble entidad de la que surgen los seres de ficción, que "por una parte, inventan la realidad, pero, por otra (como creados que han sido por personas de carne y hueso), la reflejan", según declara en El cuento de nunca acabar. El análisis literario de base biográfica en régimen de ida y vuelta, entre vida y texto, es el dominante en este libro. Parto de la evidencia de que la literatura es selección, de modo que ir desde la obra a la vida constituye una tarea delicada. Rechazo la confusión entre la una y la otra, pero sí busco y encuentro sinergias: algunas de sus novelas y ensayos revelan los momentos y las relaciones capitales sobre los que giraba su vida. He tratado de seguirlos para saber cómo se presentaba Carmen Martín Gaite ante otros y cómo se veía a sí misma. La biografía íntima, la construcción de la imagen pública y la exégesis de su obra se enlazan en mi relato biográfico sin hacer demasiados distingos, conociendo de antemano la dificultad e incluso la impertinencia de hacer excesivas delimitaciones.

José Teruel
¿Qué importancia han tenido las cartas a la hora de escribir esta biografía? Usted comenta que su hermana se deshizo de algunas. ¿Cree que en Martín Gaite, sobre todo en los últimos años, existía la conciencia de que ese material podría tener interés en el futuro e, incluso, ser publicado?
Quizá las misivas sean el género de la escritura del yo que más fije la experiencia. Demuestran lo que una vez nos importó. Por eso los historiadores biográficos las valoramos tanto. En las cartas, a diferencia de lo que sucede en las memorias, la narración no construye el pasado: se limita a mencionarlo. Janet Malcolm nos recordó que las biografías que dan una mayor ilusión de vida, una idea más completa del protagonista, son las que más cartas citan. El biógrafo tiene la ilusión de encontrarse en presencia de la persona, de estar escuchando su voz cuando lee sus cartas, y solo en el momento en que las refiere cuidadosamente, sin parafrasearlas, comparte con los lectores la impresión de que está recuperando parte de una historia.
Esto no impide la ineludible carga de autocensura que pueda haber, de manera silenciosa, en la escritura epistolar, igual que ocurre en la del diarista. Le corresponderá a la capacidad hermenéutica del biógrafo dilucidar la locuacidad de estos amenazadores silencios. Desde luego que Martín Gaite era consciente de la posteridad de su obra, sobre todo en la última década de su vida, pero había decisiones sobre el futuro que le costaba trabajo tomar. Sabía que era fin de raza, no tenía ni hijos ni nietos, y por tanto cualquier decisión que tomara al respecto no iba a satisfacerle: sería algo así como tomar indecisiones.
Poesía, narrativa, ensayo, teatro… Incluso un texto tan experimental como El libro de la fiebre. ¿Martín Gaite entendía la literatura como un todo independientemente de los géneros?
Pocas trayectorias literarias como la suya ofrecen tan poderoso aspecto de obedecer a un texto unitario y a una lectura continuada que se despliega en géneros y títulos diferentes. Lo han demostrado los Cuadernos de todo y las notas finales a mi edición de sus Obras completas.
¿No tiene, sin embargo, la sensación de que su novelística se ha impuesto? Usted reivindica la importancia de El libro de la fiebre. ¿No se entendió? ¿No cuadraba con la imagen de Martín Gaite que interesaba al mundo editorial?
Sus éxitos de ventas de las cuatro últimas novelas, desde Nubosidad variable a Irse de casa, podría parecerlo; pero a mí (y a otros lectores) nos interesa más su obra ensayística. En sus ensayos está la voz más personal y única de la Gaite, dado el derrotero narrativo que su ensayismo adopta. Convirtió cualquier tema abstracto en un cuento coloreado. Para ella todo era un cuento que tenía que estar bien contado: las lecturas, el amor, la vida propia y ajena, los sueños, la historia. Destaco también la implicación emocional en los temas tratados en sus ensayos.
Martín Gaite fue una magnífica novelista, como hubo grandes novelistas en su grupo (Jesús Fernández Santos, Juan García Hortelano, Ignacio Aldecoa, Ana María Matute), pero su voz de ensayista es propia, particular, distinta. Me recuerda al ensayismo de su admirada Virginia Woolf (a quien tradujo). El libro de la fiebre y su continuidad con la primera parte de El balneario y 'La mujer de cerap nos habla de la vertiente más pirada y salvaje de su obra. En relación a esto planteo una hipótesis: lo herético en la literatura española de los años cincuenta era salirse del molde de los los distintos realismos, esto es, el tema de la autocensura en la Generación del Medio Siglo. Tenemos la impresión de que un escritor en la España de 1950 tenía que pasar por una doble censura, la franquista y la antifranquista, ya que lo políticamente correcto en aquellos años era el realismo. Salirse de él era no pasar otra censura más peliaguda: la de los deberes estéticos.

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La Martín Gaite ensayista muestra a una autora formada en teoría literaria, en filosofía…
Sin duda. Se le ha encajado a veces en un costumbrismo realista. Tenía detrás muchas lecturas y muy bien asimiladas y nunca las ostentó desde los pedestales. Hizo suyas estas lecturas, como se ve en Los cuadernos de todo. Leía teóricos como Walter Benjamin, Adorno… Lo que me interesa de Carmen Martín Gaite frente a otros ensayistas de su tiempo es esa andadura narrativa, cómo nunca depuso su condición de narradora, cómo convierte cualquier tema abstracto en un relato y cómo se implica siempre en lo que cuenta, sobre lo que ensaya. Nunca escribe algo dictado desde afuera, sino que representa una preocupación vital o generacional. La suerte de las mujeres, la comunicación, la necesidad de contar e, incluso, temas que aparentemente parecen muy lejanos de su vida, como El proceso de Macanaz.
Este interés teórico y su formación filosófica la acerca a Rosa Chacel, para quien la literatura era una plasmación o trasposición de las ideas. ¿Qué relación tuvieron?
Las dos se conocieron y se relacionaron. Martín Gaite le dedicó una conferencia a Chacel, por la cual tenía gran admiración. Admiraba su novela La Sinrazón. Sentía una filiación por la obra de Chacel, como también admiró a Carmen Laforet, a Santa Teresa de Jesús o a Merced Rodoreda. Si hay que pronunciarse sobre tres paradigmas de mujer de letras en la cultura española del siglo XX, yo no dudaría en poner los nombres de Zambrano, Chacel y Martín Gaite.
En su conferencia 'La mujer en la literatura', Martín Gaite habla del triunfo de la mujer escritora que ha desechado ese viejo perjuicio “que la obligaba a probarse a sí misma y ante los demás que sabía escribir con arreglo a los cánones tradicionales”. ¿Sintió el peso de ser una mujer-escritora?
Ni sintió el peso ni determinó su obra el hecho de ser mujer. Le pasó, en parte, lo mismo con la censura. El hecho de ser mujer quizás fuera más problemático en su vida que en su escritura. Se sintió siempre muy libre e hizo lo que le dio la gana en literatura. No pidió permiso. Tuvo mil registros narrativos y escribió siempre lo que le apetecía. Dicho esto, era muy consciente de la suerte de las mujeres a lo largo de la historia, como demuestra el exordio que escribe en Usos amorosos del dieciocho en España, pero también entendió que el lenguaje es un río en el que todos bebemos, aunque postuló en su ensayo Desde la ventana cómo la mujer tiene un enfoque o punto de vista particular. Sobre todo las escritoras en las que ella repara: Teresa de Jesús, María de Zayas, Carolina Coronado, Rosalía de Castro y Carmen Laforet.
“Insistieron mucho. Dije que no. Cada día detesto más la cultura oficial y amo más mi independencia”, escribió en una carta. Rechazó tres veces entrar en la RAE. ¿Nunca le interesó el poder, ser algo más que una escritora con libertad?
Creo que es más que una anécdota. Fue una escritora reconocida desde sus comienzos. Lo avalan los premios que recibió: el Café Gijón, el Nadal, ser finalista del Biblioteca Breve en 1962. En cambio, el estudio de su obra fue tardío. En España siempre se la vio como “la mujer de Sánchez Ferlosio”. Ella misma me comentó a los años ochenta que había pocos estudiosos de su obra en España, a diferencia de lo que ocurría en Estados Unidos.
Hoy no es así. A Martín Gaite le interesó tener independencia de criterio, no poder poner debajo de su firma la etiqueta de la RAE. Odiaba las etiquetas. Consideraba que la Academia cosa de filólogos y lingüistas. Era avariciosa con su tiempo y se lo dedicó solo a la literatura. No tenía nada que hacer los jueves en la Academia y por tanto insistió varias veces en su negativa. Tuvo grandeza moral y fue ajena a vanidades.

Biografía de Carmen Martín Gaite
En la conferencia que antes le mencionaba Martín Gaite cita a Ferlosio. Me gustaría preguntarle sobre la relación entre ambos, sobre cómo ella empezó a independizarse de sus juicios no dejándole leer sus textos antes de que se publicaran.
A partir de El balneario, y ya casada, Martín Gaite no se dejó influir por ninguna opinión durante el proceso de redacción de su obra. Porque el estilo pirado y desconcertado de la novela corta de 1949, El libro de la fiebre, se refrenó con la cortante opinión de su primer lector. La influencia de Ferlosio en sus inicios fue absorbente, vampirizante. Le provocó inseguridad desde el comienzo. Se acrecentó con su noviazgo y en los primeros años de matrimonio. Deshacerse de este ascendiente fue uno de los logros de Martín Gaite como escritora y mujer, aunque admitió siempre el rigor que Ferlosio inculcó a su prosa. Igualmente es necesario admitir que este fue determinante en su decisión de dedicarse profesionalmente a la literatura.
-“Cuando ocurre una catástrofe como la que nos ha pasado a cada una de nosotras con dos meses de diferencia la única manera de seguir adelante es pensar poco a poco en lo que nos queda”, le escribe a Encarna Plaza Penalva, que también había perdido un hijo. ¿La escritura para ella, se vuelve, en cierta manera, un ancla de salvación?
Nunca se afianzó sobre la realidad, aunque supo explorarla y entenderla. Solo se sintió cómoda en el refugio de la letra escrita: "Mi enfermedad consiste en mi silencio", anota en un cuaderno de 1964, cuando iniciaba su importante correspondencia con Juan Benet en una década particularmente crítica en su vida. Pero lo mismo va a revelar en un periodo de cariz muy distinto: el primer lustro de 1980, cuando eligió su lugar en el mundo. Habitar la soledad con todas sus fructíferas consecuencias.
La soledad es uno de los temas centrales de su obra y está asociada al tiempo -mirar atrás, pero también hacia adelante-, junto a la familia -esentirse sola a pesar de tener gente alrededor–. ¿La obra de Martín Gaite puede definirse como una variación de estos temas?
Martín Gaite reconoció en numerosas ocasiones –y nunca lo vio como un desdoro– que su obra de ficción era muy monotemática y que lo que buscaba eran nuevos ángulos o puntos de observación sobre los mismos temas. Desde muy temprano, como queda de manifiesto en una de sus primeras reseñas –la traducción al español de El futuro de la novela de Henry James (1975), suscribió la idea de que lo novedoso en un relato nunca es lo tratado, sino el tratamiento y el punto de vista, ya que de ellos dependerá enteramente, citando al autor de Los papeles de Aspern, "el que vuelva a encenderse el fuego". En cambio, su obra ensayística fue mucho más variada en su temática.

José Teruel
Y, en relación con el tiempo, ¿de qué manera este interés sobre su percepción y la posibilidad de escribirlo está condicionado por su formación en filosofía?
La percepción del tiempo en Martín Gaite, y en toda su generación, viene dada por sus tempranas lecturas de autores del existencialismo francés (recuerdo en tal sentido la tertulia del restaurante Gambrinus, en Zorrilla, 7, y sus lecturas de El ser y la nada, donde asistían Luis Martín-Santos, Juan Benet, Sánchez Ferlosio). Fue una aplicada universitaria pero al mismo tiempo reivindicó en el decenio de 1960 y, tras su incursión en el siglo XVIII, su condición de autodidacta y su afición al estudio por libre. La crítica de libros fue para ella un acto creativo con un fin funcional: promover la afición y también su capacidad de autonarración; concibió la crítica como una particular mezcla de ensayo y narración, y asumió una separación entre los escritores-lectores (lugar en el que se sitúa) y el afán clasificatorio y la jerga de los críticos de oficio. Fue también una ávida lectora tanto de filosofía como de ficción. Lo demuestran sus Cuadernos de todo y su ejercicio de la crítica semanal en Diario 16, desde 1976 a 1980.
En este trabajo de reedición y revalorización de Carmen Martín Gaite, ¿qué queda pendiente?
Siguen descatalogados títulos de suma importancia, como Desde la ventana. Enfoque femenino de la literatura española, la Correspondencia con Juan Benet y el tomo más novedoso de sus obras completas: Cuadernos y cartas, que es inencontrable. Observo en este centenario muchas reediciones de Entre visillos y Caperucita en Manhattan, pero siguen faltando los tres primeros títulos.
¿Qué relación mantenían con Martín Gaite y Benet y qué interés tiene su correspondencia?
Pone en escena esta autoafirmación de Martín Gaite, que es uno de los motivos que me ha llevado a escribir su biografía. Una biografía no solo la escribes para contar la vida de alguien, sino para iluminar un momento de la historia. A mí me interesa cómo Martín Gaite se sitúa ante los dos grandes iconos masculinos de su generación, Sánchez Ferlosio y Juan Benet, a los que eligió como interlocutores por distintas circunstancias y que le sirvieron de estímulo, siguiendo así el consejo de su padre, que le impulsó a intentar relacionarse con quienes pudieran aportarle conocimientos nuevos.

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A ella le gustaba la gente que le debatiera. Ferlosio. Y Benet, que era un interlocutor magnífico para enfrentar ideas. A mí me llamó la atención ver cómo Martín Gaite estaba dirigiéndose al auto más solipsista de su generación para hablar de la comunicación literaria. Y esto me llevó a replantearme que el famoso artículo de 1966, 'La búsqueda de interlocutor', que es más complejo de lo que el sintagma aparenta, porque el buen interlocutor para ella es también aquel que es capaz de desbaratar ideas.
¿Qué relación tuvo con Ana Maria Matute? Se cumple el centenario de ambas este 2025.
Siempre se respetaron muchísimo, pero creo que nunca hubo entre ellas, por razones que se me escapan, una relación íntima o estrecha, como la que hubo con Esther Tusquets. Pero de lo que no hay duda es de que existía un fuerte respeto. Lo que sucede es que durante mucho tiempo, en los manuales de literatura, se las ponía siempre juntas. Se las representaba un poco como las Pili y Mili de nuestra literatura.
Son muy distintas.
Cierto. Tienen un proyecto narrativo muy diferente, pero ambas son dos voces maravillosas, particulares. Sin hacer juicios de valor, que son una bobada, pues cada lector tiene sus opiniones, Martín Gaite que toca más palos que Matute. Junto a Benet y Matute, hay que citar a otras personas que también fueron claves. Pienso en su profesor de literatura en el Instituto Femenino de Salamanca, Rafael Lapesa, cuya presencia normalmente se ignora, en Ignacio Aldecoa o en Gustavo Fabra. Lapesa le infundió su vocación por la literatura, según reconoció en un esbozo autobiográfico. Aldecoa le ayudó a desprenderse del tono lírico de sus primeros escritos y Gustavo Fabra fue su interlocutor ideal para la obra maestra de Martín Gaite: El cuento de nunca acabar (apuntes sobre la narración, el amor y la mentira).