Esotérico. Patochada. Bochorno. Increíble. Alucinante. Estúpido. Impactante. Nauseabundo. Cabalístico. Espeluznante. Elijan ustedes la palabra que más se ajuste para definir la noticia de la semana. ¿Qué noticia?

No es otra que la demanda civil que el rey emérito ha presentado contra el expresidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla. Eso sí, también podría aplicarse a Trump, pero no me limito a hablar de suelo patrio. 

En un país de ofendiditos, parece que nuestro rey emérito es el más enfadadito y ofendidito de todos. Su demanda civil considera que Revilla, un lenguaraz persistente que siempre ha sido así, atentó con sus palabras contra su derecho al honor.

Lo dice el ciudadano Juan Carlos de Borbón porque el ciudadano Revilla lo ha tildado de corrupto, de costearse amantes a cargo de dinero público, de hacer donaciones a Corina que le acompañaba en sus viajes oficiales, de amasar una fortuna -sin saber muy bien su origen, o sin saber de dónde salía, o sí- y depositarla en paraísos fiscales para hacer el salto a Hacienda, o por pagar una morterada a Hacienda por presuntos delitos fiscales que nunca se investigaron ni por los que fue condenado.

Vamos, por señalarle por lo que todo ha oído, leído y visto con el elefante muerto en Botsuana de fondo. Y por señalarle como una vergüenza por mucho que los aguerridos defensores del rey hayan tratado de justificarle. Lo ha dicho Revilla, más gente y mucha más así lo piensa. 

Por eso mismo, ni siquiera la Casa Real le ha secundado en su intento de amordazar a Revilla. Se han puesto de perfil y puede que sea la gota que ha colmado el vaso. ¿Por qué? Porque las huestes juancarlistas lanzan dos dardos: lo ha hecho porque está a punto de volver a España -nada dicen de devolver lo que ha distraído- y es un aviso a navegantes.

O sea, el que diga lo que piensa se llevará una demanda. Vamos algunos hablan de que callará la boca a más de uno. Lo dicen como si la amenaza y la censura sean valores a ensalzar. Pedir perdón y pagar no parece que sean verbos que conjugue el ciudadano Borbón. 

Lo que más me ha sorprendido es que el rey fugado pide 50.000 euros para restaurar su honor. Eso sí, donará el dinero a Cáritas. Me he emocionado. Aunque pienso que si el rey quiere donar 50.000 euros a Cáritas podría hacerlo de los millones que tiene escondidos y a buen recaudo en los paraísos fiscales de todo lo largo y ancho de este mundo como decía el Capitán Tan, aquel personaje de un programa para niños que el emérito seguro que vio en su juventud, antes de pasarse al lado oscuro. 

El rey emérito, asesorado por una cohorte de lo mejor de cada casa del Madrid DF, ha presentado la demanda de la mano de la abogada Guadalupe Sánchez, más conocida como defensora del señor González Amador, pareja de la presidenta Díaz Ayuso.

La misma que hizo público que sufrió un robo de ordenadores dejando entrever que esa sustracción estaba vinculada al caso de fraude fiscal -sí fraude, no a un pequeño error o discrepancia con Hacienda, sino fraude en toda regla- del señor González Amador. O sea, la misma que calló cuando se descubrió que el robo no tenía nada que ver con el caso. Que no era una conspiración contra otra ofendidita profesional, la presidenta de Madrid DF. 

Esa señora, la abogada, se las tendrá que ver con Josep María Fuster Fabra, un conocido abogado penalista catalán. Descubrí que Fuster Fabra es militante del Partido Regionalista de Cantabria porque nos lo dijo Revilla, pero además de esta anécdota también sé que es un abogado sin pelos en la lengua.

Que volvió a jurar la bandera, que no ocultó su posición antiseparatista en el procés y que defendió a policías heridos durante los altercados. Es un abogado, sin duda, correoso. Lo define muy bien el personaje de su novela. Un policía, gentleman aristócrata de finas formas que alternaba con su conocimiento de los bajos fondos.

El título muy a cuento también “Tu refugio en el infierno”. Quizá sea el toque poético que Fuster Fabra le envía a Juan Carlos y a su abogada, ahora ensalzada por el Madrid DF que defiende a un rey que ya no es rey, y que está desnudo, aunque todavía no lo sepa.