Me entero, por un reportaje pascual en la prensa -"reportaje pascual”: dícese del de carácter religioso que, ante la falta de noticias, suele publicarse en Semana Santa, al estilo de la estival “serpiente de verano”- que en Barcelona se guarda un frasco de leche de la Virgen María.

Según parece, solo hay tres en toda la península ibérica, siendo uno de ellos el que atesora la asociación Antic Gremi Revenedors 1447. Una asociación, dicho sea de paso, que, entre otras reliquias, guarda también fragmentos de la Vera Cruz y huesos de algún antiguo Papa, hasta llegó a poseer el prepucio del niño Jesús.

Sin embargo, huesos de santos, fragmentos de la cruz e incluso prepucios del pobre infante, los hay a miles por todo el mundo, no existe templo medianamente respetable que no muestre a los fieles un trozo de piel seca asegurando que es el prepucio divino, qué suerte tuvo el cristianismo de la costumbre judía de circuncidar a los niños.

La leche de la Virgen María es otra cosa, estamos, más que ante una reliquia, ante un alimento perecedero. El frasco no lleva fecha de caducidad, se conoce que en aquellos tiempos no regían las mismas normas sanitarias que en la actualidad, con lo que es imposible saber si el lácteo y divino alimento es apto para el consumo.

La lógica debería indicar que no, puesto que se trata de un producto que lleva más de 2.000 años en el mercado, pero atendiendo a su procedencia no es descartable un milagro y que se conserve fresca, sana y nutritiva como el primer día.

Tampoco es que importe mucho, puesto que la leche de la Virgen María no está a la venta, no piense nadie en usarla para mojar el croissant del desayuno o hacerse un café cortado con ella.

Que dos milenios después de su producción, existan todavía tres frascos de este refrigerio en España -desconozco cuántos se guardan en otras partes del planeta, seguro que unos cuantos más- lleva a suponer que muy probablemente se producía industrialmente y se distribuía por todos los confines del mundo entonces conocido, igual que hacen hoy La Asturiana y otras marcas, aunque entonces de una forma más simple.

Ni los medios de transporte de la época ni -sobre todo- el origen del alimento, permitirían una distribución masiva. Por más santa que fuese, lo de producir leche de manera industrial se le haría muy cuesta arriba a María, hija de Ana y Joaquín, la cual, además, debería alimentar a su hijo recién nacido, que no por ser hijo de Dios dejaría de reclamar teta. Solo con las sobras de lo que no quiere el niño, no se llenan tantos frascos como para que hoy quede todavía uno en Barcelona.

A menos que queramos acusar de fraude a la fabricante y distribuidora de leche de la Virgen María -algo impensable tratándose de la Madre de Dios- debemos encontrar una explicación plausible al éxito de su empresa lechera.

Lo más probable es que contara con la ayuda de su hijo, quien ya de bebé ayudaría en la empresa familiar, y más teniendo en cuenta que el padre de familia, un honrado y simple carpintero, seguramente no quiso saber nada de industrias lácteas, a mí no me lieis, que bastante tengo con lo mío.

El niño, en cambio, ya en su más tierna infancia se prestaría gustoso a ayudar a su madre con algún prodigio marca de la casa, no hay que olvidar que años más tarde se haría famoso por multiplicar panes y peces como si nada, así como por convertir el agua en vino, o sea que el uso de milagros en la industria alimentaria no le era ajeno.

Nada le costaría a alguien con tanta maña milagrera, multiplicar la leche materna y asegurarse de que llegara hasta nuestros días en perfecto estado. Por lo que respecta a la distribución del producto por todo el imperio hasta llegar a la otra punta del Mediterráneo, tampoco sería un problema, para alguien que más delante sería capaz de caminar sobre las aguas.