A principios de esta semana, el lunes 5 de mayo, tres sindicatos policiales convocaron una concentración frente a la comisaría de Mossos d’Esquadra de Lleida para protestar contra la salvaje agresión sufrida por seis agentes en el barrio de La Mariola.
Al parecer, según relataron los agredidos, fueron requeridos para actuar en un enfrentamiento entre clanes por el control del territorio. Y, en el curso de esta intervención, fueron rodeados por una muchedumbre que, una vez lograron tirarles al suelo, comenzaron a golpearles brutalmente con palos y barras metálicas.
El resultado fue terrible. 57 puntos de sutura entre todos los agentes afectados. Y uno de ellos, el más grave, un total de 15 para curar la brecha en la cabeza que le causaron.
Los hechos hablan por sí solos, pues las lesiones son objetivas y no ofrecen dudas sobre su realidad. Ello sin perjuicio de que, en un posterior proceso penal, se logre identificar a los autores de la agresión.
Aunque el problema no es este, sino otro mucho más grave. La habitualidad con la que agresiones como esta se suceden en el territorio de nuestra comunidad autónoma. Porque, en contra de lo que algunos han dicho, el trabajo de policía, si bien conlleva un riesgo, no debe llevar implícito el ser apaleado, pateado, apedreado, empujado o golpeado.
Esto sucede por el simple hecho de que algo no funciona bien. De que algunos, puede que los que ostentan el poder y, muchas veces, rigen torpemente nuestros destinos, llevan demasiado tiempo dedicando sus esfuerzos en asuntos sin importancia para la mayoría y, en consecuencia, haciendo caso omiso a los más relevantes.
La seguridad, por ejemplo. De la que ya he hablado en otros artículos anteriores y para la cual, a pesar de los grandes titulares y de las estupendas campañas de márketing procedentes de los poderes públicos, se destinan escasos recursos y aún más escaso conocimiento.
Pero, si bien todo está relacionado, en el caso que nos ocupa el problema radica en la imagen que determinadas personas, fundamentalmente políticos y, además, procedentes del mal llamado “progresismo”, trasladan a la sociedad sobre los integrantes de las fuerzas y cuerpos de seguridad.
Según ellos, la policía es represora de las libertades y los delincuentes, muchos de ellos, pobres personas a las que la sociedad no ha tratado bien.
Como si la culpa de la comisión de un delito, ya sea violento o contra el patrimonio, no fuese única y exclusivamente de la persona que lo comete, sino de la sociedad en su conjunto, de todos nosotros, que hemos “creado” al delincuente y, por tanto, hemos de tolerar sus actos, que están del todo justificados.
El mundo al revés. El triunfo de lo ilógico. Los delincuentes transformados en víctimas y las víctimas, en delincuentes o, cuando hablamos de agentes de policía, en la encarnación de la represión estatal.
Este mensaje, como si del riego por goteo se tratase, va calando poco a poco en la sociedad. Y ello, además, unido a la pérdida de valores, a la ya olvidada cortesía y a la ausencia de respeto hacia el prójimo, características de una civilización cada más decadente, provocan la situación en la que nos hallamos inmersos.
Policía represora, dicen. Paradójico. Pues la policía garantiza la seguridad en las calles. Y la seguridad es conditio sine qua non para el ejercicio de la libertad. Sin la primera, la segunda es mero papel mojado.
Por tanto, cuando se ataca a un policía, no sólo se está agrediendo a una persona, a un hombre o a una mujer uniformados, sino a todos nosotros y al sistema. Porque la autoridad de un agente no viene determinada por el hecho de serlo, sino porque sobre él recae la autoridad del Estado y la responsabilidad de éste en mantener el orden público y la paz social.
El pasado año 2024 terminó con 4.928 denuncias por atentado contra agentes de la autoridad. Un número que casi duplica los datos de los años anteriores y que, tal y como avanza el 2025, es muy posible que se bata otro récord.
Sólo espero que, más temprano que tarde, los políticos oigan las voces de quienes nos protegen para que, de una vez por todas, estén también protegidos.