Cito estos tres nombres -Reagan, Trump y McCarthy- porque, en los últimos días, algunos amigos me han pasado vídeos de los dos primeros.
Una alocución radiofónica del presidente Ronald Reagan, el 26 de noviembre de 1988, haciendo una defensa entusiasta del libre comercio y, en especial, con Canadá. Ese mismo año, Donald Trump, en una entrevista con Oprah Winfrey, cuestionaba el libre comercio con determinados países, poniendo especial énfasis en Japón y el mundo árabe.
(Recordemos que, en ese 1988, China justo estaba iniciando su proceso de modernización de la mano de Deng Xiaoping, y no era un actor relevante en la economía mundial).
El tercer nombre es Joseph McCarthy, un senador norteamericano conocido en los años 50 del siglo pasado por sus campañas contra personas, a base de acusaciones sin pruebas sólidas, listas negras, y sembrando odio y miedo.
Vienen estas referencias por las palabras que estamos leyendo y escuchando constantemente ahora en los medios de comunicación: aranceles, libre comercio, inmigrantes, universidades. El dólar, “nada nuevo bajo el sol”, que decía aquel. Tal vez, con un elemento entre irónico y dramático.
Estamos constatando que Estados Unidos es un país fundamentalmente de cultura “marxista”, en la concepción de Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. Y con una moneda, el dólar, que es su gran instrumento económico.
El relato político-económico que emerge de Reagan, y que la mayoría de las economías adoptan, es el comercio global, fabriquemos donde sea, y cuanto más barato, mejor. Pero, como en la mayoría de cosas en la vida, hay un lado oscuro.
Trasladar las manufacturas que se producían en EEUU y Europa, principalmente a Asia, produjo el cierre de muchas de nuestras fábricas: en Cataluña lo vivimos con el textil.
Trump --y quienes comparten su visión-- es la máxima expresión de un ejercicio de máxima optimización de los miedos y angustias de aquellas personas que, en aras de una economía global, perdieron su trabajo. El caldo de cultivo del resentimiento se alimenta de muchas pócimas.
En los años 80, se hablaba de forma nítida de trabajadores y empresarios, y ahora tenemos eufemismos: autónomos y emprendedores. Y muchas startups.
La última pócima para complementar la batalla de los aranceles en su retorno al proteccionismo es cercenar los espacios de libre pensamiento, es obvio. Y normal. McCarthy, reencarnado de nuevo. En la historia, la mirada crítica siempre ha sido eliminada.
En nuestro país, la Inquisición es parte de nuestra historia negra. Hemos transitado de un liberalismo social a un neoliberalismo global y, en la actualidad, avanzamos hacia un nuevo liberalismo más duro y excluyente.
Alguien puede pensar que es inevitable este destino. Afortunadamente, Europa, que ha tenido y tiene páginas negras, también tiene opciones de volver a ganar: la propuesta de un Estado del bienestar sin exclusiones sociales.
Somos pocos habitantes en comparación con la población mundial, y encima nos dicen que la mayoría de la población es mayor, ergo, que estamos desahuciados. Recuperemos la cultura del esfuerzo, del trabajo, del sacrificio, del respeto. El eslogan no es “despierta Europa”, debería ser “Europa sí puede”.
Lo que estamos viviendo es fruto de las contradicciones que nosotros mismos hemos ayudado a generar. Trump no ha cambiado, ya decía lo que dice hace 30 años. Lo mismo: proteccionismo. Todo beneficio económico implica sumas y restas, y de estas últimas tendemos a ignorar sus efectos negativos.
Se olvida a menudo el compromiso social de la empresa. Que nadie piense que hay que eliminarlas. La aparición de colectivos en los dos extremos ideológicos tiene sus semillas en las contradicciones que la crisis del 2008 hizo emerger de forma descarnada.
La llamada a la reindustrialización que Europa proclama desde el contexto del Covid, por haber renunciado a tener autosuficiencia productiva en muchos sectores, será una tarea lenta y no exenta de contradicciones. Palabras como trabajo, esfuerzo, sacrificio no son monedas de uso corriente en la actualidad, el hedonismo tiene más adeptos.
Junto al debate económico no olvidemos el relato cultural e ideológico, la autonomía universitaria no es menor. Los nuevos macarthys nos deben hacer reflexionar. EEUU perdió la guerra de Vietnam en los campus universitarios.