Me permito parafrasear a Jean-Paul Sartre en el titular de este artículo porque me parece de lo más adecuado para comentar el triste final de La familia de la tele, definido en su momento por Pedro Sánchez como “una buena muestra de entretenimiento popular”, en respuesta a la indignación generalizada en España ante el hecho de que TVE, una cadena presuntamente pública (aunque convertida en extensión audiovisual del Puto Amo) financiara con ese dinero de todos que no es de nadie la resurrección de un formato que ya había dado bastantes pruebas de agotamiento en su hábitat original, Telecinco.

La verdad es que lo de acoger en TVE a La familia de la tele fue la idea más idiota desde que la mujer de Lincoln le propuso ir al teatro esa noche (para que lo cosiera a balazos John Wilkes Booth). ¿A quién se le ocurre fichar a una pandilla de chismosos de la que la audiencia de Telecinco estaba ya hasta las narices?

La alegre pandilla de sacamuelas funcionó durante la friolera de 14 o 15 años, eficazmente controlada por ese master puppeteer que es Jorge Javier Vázquez, el único de ellos con estudios, aunque luego se inclinara por el lado oscuro de la fuerza.

Es asombroso que pudieran aguantar tanto con las inconveniencias de Belén Esteban y Kiko Matamoros y el periodismo de investigación de María Patiño, siempre con la vena del cuello a punto de estallar (nunca olvidaré la noche que habló de su equipo de investigación y luego aparecieron dos de sus siervos removiendo el cubo de basura de una celebrity).

Telecinco ganó mucho dinero con esta pandilla, pero cuando dejó de generarlo y se convirtió en veneno para la taquilla, se deshizo de ellos porque ya no hacían gracia a nadie y todo el mundo estaba harto de sus historias de chichinabo.

Condenados a caer en el olvido o a abrirse un canal en Youtube (o un Only Fans: hay gente para todo), se les abrió el cielo cuando TVE se interesó por ellos. Fue un poco como cuando Pedro Sánchez salvó a Puigdemont de la irrelevancia para que sus siete secuaces en el Congreso le ayudaran a conservar el sillón.

Salvar a parásitos sociales con dinero público. Ma che idea, como decía el difunto Pino D'Angio. En fin, todo sea por el digno entretenimiento popular. El problema es que el pueblo llano, consumidor habitual de sus gansadas, estaba hasta el moño de ellos. Tanto en Telecinco como en TVE.

Tirar el dinero de esa manera debería haberle costado el puesto al director de TVE, y por un doble motivo: financiar telebasura con dinero del contribuyente y tomar una decisión ruinosa para la empresa que le paga el sueldo.

Evidentemente, el cierre de La familia de la tele el pasado miércoles no ha venido acompañado del cese de nadie. El director de TVE debe ser tan proactivo y resiliente como el presidente del Gobierno y espera pacientemente a que lo eche el PP si gana las próximas elecciones, que dudo mucho que tengan lugar en el 2027 (pese a la sonriente certeza de Bolaños).

No sé qué será de la pandilla basura, pero dudo mucho que nos libremos definitivamente de ellos, pues es gente que no sabe hacer otra cosa que cotillear, meter cizaña y largar sin tasa sobre cualquier asunto.

Conformémonos, pues, con su expulsión de TVE, consecuencia de la falta de audiencia, ya que no de las protestas de todos esos resentidos incapaces de apreciar el genuino entretenimiento popular. El director del ente encontrará, sin duda, otras maneras de tirar el dinero por el retrete, pero también él acabará cayendo, ya que, en España, la televisión pública nunca está al servicio del ciudadano, la ciudadana y lo ciudadene, sino del partido que gobierne en cada momento.