Como esos relojes parados que cada día dan dos veces la hora exacta, Isabel Díaz Ayuso también acierta de vez en cuando. Y cumple sus promesas, como hemos podido comprobar durante el reciente aquelarre autonómico celebrado en Barcelona: en cuanto ha oído una palabra de catalán (o de vasco, no sé), ha pillado el portante y se ha ausentado de la reunión, regresando a ella cuando se volvía a hablar en cristiano.

Como era de prever, IDA ha sido la bruja mala del asunto para el lazismo y el pogresismo). En TV3 dijeron que le había hecho un feo a la lengua catalana, sin reparar en que tal vez era ésta, o el señor Illa, quien le hacía un feo a la lengua común para marcarse un gesto de cara a la galería. Illa, Puigdemont y todos los políticos catalanes hablan castellano en la intimidad, cuando tienen que hablar con sus colegas españoles por la cuenta que les trae. Así pues, ¿a qué viene lo de hablar castellano en los pasillos y pasarse al catalán cuando hay que largar en voz alta?

Lluís Llach, que nunca está contento, ha dicho que el cónclave ha sido un escarnio para Cataluña, cuando solo ha sido una reunión inútil de esas a las que tan dado es el Gobierno de Pedro Sánchez. Y el show de IDA… pues bueno, ya sabemos que ella tiene tendencia a montar numeritos y a ejercer de chulapona zarzuelera, y que lo de guardar las formas nunca ha sido lo suyo (para alegría de sus hooligans, que la siguen con fervor y desearían verla en el lugar de ese pescado hervido gallego que está al frente del PP).

Nada más llegar al palacio de Pedralbes, IDA se las tuvo con la ministra Mónica García por un quítame allá esos asesinatos de yayos cuando la pandemia. Hubo que separarlas porque parecían estar a punto de tirarse del moño. Una vez en la reunión, IDA podría haber hecho como esos presidentes que no se pusieron el pinganillo e, incluso, echarse una siesta, mecida por la música incomprensible del vasco y el catalán. Pero, como Pepe Isbert en Bienvenido Mr. Marshall, nos debía una explicación y nos la iba a dar dándose el piro.

Creo que, en esta ocasión, habría que distinguir entre las formas y el fondo. Las formas de IDA son siempre propias de una corrala madrileña del siglo XIX. Pero el fondo de la cuestión estaba de su parte: si todo el mundo controla el idioma español, ¿por qué había que montar el numerito de la unidad en la diversidad (parafraseando al Caudillo)? Illa no ha hecho feliz a Lluís Llach, e intuyo que Pradales tampoco habrá recibido una felicitación de Arnaldo Otegi. Así pues, ¿por qué no hacer normal lo que ya lo es en la calle y en los pasillos del poder? ¿A qué viene ese empeño ridículo en parecer distinto a los demás, obligando a tirar el dinero en pinganillos y traductores simultáneos?

¿Y por qué lo hace Salvador Illa? Con Artur Mas o Quim Torra, también habría sido lamentable, pero mucho más lógico y coherente (dentro de su condición de tarugos). ¿Un nuevo intento de contentar a una gente que nunca se dará por satisfecha? ¿No tuvo bastante con la encerrona de Xavier Antich en el Palau de la Música de hace unos días? Lo único que ha conseguido, aparte de que IDA montase su numerito, es que la conferencia de presidentes autonómicos pase a la historia como la cumbre del pinganillo.

Como ya viene siendo costumbre, el responsable del sindiós idiomático ha sido Pedro Sánchez, que siempre se muestra especialmente tolerante con la peculiaridad catalana cuando tiene que sacarle a Puchi los votos de sus siete secuaces en el Parlamento. De ahí la tabarra que ha dado Albares con el catalán en Europa. De ahí lo de que se pueda hablar en lenguas cooficiales en el Parlamento, por dinero que cueste y molestias que cause.

Evidentemente, cualquiera que, como quien esto firma, considere que el catalán en Europa y en el Parlamento español es innecesario y oneroso, será tildado de facha (aunque no sé qué hay de progresista en aceptar que haya políticos a los que no les salga del nardo expresarse en un idioma que conocen perfectamente y que, además, es el más hablado en Cataluña).

A IDA le ha tocado el papel del niño que dice que el rey va desnudo. No hace falta ser del PP para pensar que lleva razón, aunque se trate de una excepción en su discurso habitual. Ni siquiera hace falta que te caiga bien. Se le podrán reprochar las formas, pero el fondo de la cuestión lo ha pillado perfectamente.