La Comisión Europea planteó hace poco a los ciudadanos la necesidad de estar preparados para contingencias adversas. Muchos pensamos que era una exageración propia del trato infantil que cada vez más gusta profesar a los ciudadanos desde las administraciones. Pero hete aquí que no, que España ha decidido demostrar al mundo que no estamos preparados no ya para un holocausto nuclear sino para un simple apagón de luz. 

Más allá de la necesaria búsqueda de responsables, y de la asunción de responsabilidades tanto por el apagón como por la mejorable política de comunicación, lo que parece evidente es que hay mucho que mejorar para poder resistir en una situación de crisis. El “todo eléctrico” se evidencia como tremendamente vulnerable y frágil y hay que pensar en sistemas de soporte mucho más robustos de los que tenemos. 

El sistema eléctrico se mantiene estructuralmente en un difícil y frágil equilibrio por la necesidad de producir exactamente lo que se consume. Es milagroso, en realidad es un prodigio de la técnica, que lo que ha sucedido no haya sucedido antes. Pero cuando suceden emergencias, no podemos permanecer al albur del excelente comportamiento de los ciudadanos y de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado.

Es inconcebible como las antenas de comunicación no tengan un sistema de backup. Al parecer la antena principal de Barcelona, la de Collserolla, sí tiene un sistema de alimentación autónomo que le permite aguantar tres días sin electricidad, pero parece que la mayoría de los repetidores que hacen posible que funcione nuestro teléfono, no. 

Si aeropuertos y hospitales han sido capaces de funcionar, ¿por qué no otros servicios esenciales? ¿por qué no hay un sistema de radio en los trenes?¿es cierto que Adif no sabía dónde estaban parados algunos de los trenes?¿no pueden tener un sistema analógico los surtidores de gasolina?¿no puede funcionar en modo emergencia el sistema de pagos por tarjeta? ¿no pueden expender algo de efectivo los cajeros usando un sistema de alimentación autónoma?

Tenemos mucho, muchísimo que aprender de este evento no para que no se repita, que también, sino sobre todo para poder prepararnos para casos similares. Cero energía ha implicado cero comunicaciones, cero efectivo, cero gasolina,… hasta cero agua en pisos altos. 

Por el contrario, constituye una grata sorpresa que algunas empresas e instituciones privadas han podido mantener sus comunicaciones mientras que la red de telefonía ha sido incapaz de mantener si quiera la voz. No era momento de usar Instagram, pero sí de poder comunicarse mínimamente. Esto hay que resolverlo.

Desde hace seis meses, cuando el cielo se nubla recibimos alertas apocalípticas. En esta crisis, ni un mensaje ni medio. Solo aguantó la radio analógica, pero el silencio del sistema de emergencias fue atronador. 

Parece que el problema es estructural, España consume “demasiada” energía solar. Las fuentes tradicionales, térmica, ciclo combinado, hidroeléctrica, nuclear,… se autoregulan, acelerando o frenando las turbinas según la situación de la red. Pero la solar no lo hace, salvo conversores muy sofisticados. Depender solo de molinillos y placas no es seguro, al menos con la estructura de red que tenemos hoy.

La inserción de puntos de generación distribuidos, la autogeneración solar, es un reto para un sistema que está diseñado para producir remotamente y transportar al punto de consumo. La estrategia energética de un país la deben de elaborar técnicos que, sobre todo, garanticen la robustez del sistema y la capacidad de generación para cubrir las necesidades.

La ideología está muy bien, pero nunca hay que ser dogmático. Hay que invertir, y mucho, en el sistema eléctrico para que esto no vuelva a suceder o al menos las consecuencias no sean tan graves. Renovables sí, por supuesto, pero con una red preparada para las nuevas fuentes de generación. 

La energía política y regulatoria en Europa sigue enfocada en acelerar el despliegue de renovables, no en mejorar la estabilidad básica de la red. Las plantas de carbón han cerrado (han sido demolidas) y las centrales nucleares tienen los días contados. En muchos días de primavera la generación solar del mediodía excede la demanda total, lo que lleva a frecuentes precios negativos de la electricidad.

Esto no son buenas noticias, el sistema se está llevando al límite. Y el lunes, a las 12:33 pm, se rompió el equilibrio. Cuando ocurrió la perturbación, la red de España, que funciona principalmente con energía solar, eólica y un puñado de plantas nucleares, no pudo absorber el golpe. Con tan poca inercia en línea, la frecuencia se desplomó. Los sistemas de protección se activaron automáticamente, desconectando las plantas para evitar daños en los equipos.

Las desconexiones desencadenaron más inestabilidad, causando que más plantas se desconectaran en un círculo vicioso. En cuestión de minutos, las redes española y portuguesa colapsaron, salvándose la francesa, y el resto de Europa, porque se desconectaron a tiempo.

El apagón en España no ha sido solo un grave fallo técnico, sino también un fracaso político y estratégico. Es el resultado de ignorar las claras y reiteradas advertencias sobre la fragilidad de la red eléctrica actual. Se podría haber hecho algo, se debe hacer algo, para evitarlo, pero la transición energética a la brava facilita situaciones como la vivida.

Es hora de recortar en chiringuitos y en gasto superfluo y concentrar la inversión en lo que hace que un país sea un país desarrollado. El dinero recaudado es más que suficiente para garantizar luz, agua y comunicaciones, lo que hay que hacer es evitar tirarlo en temas accesorios. Hemos retrocedido varios peldaños en la pirámide de Maslow y hasta que no seamos capaces de garantizar lo esencial, lo demás debe esperar. 

De momento, compremos transistores, pilas y velas porque es muy probable que esto vuelva a pasar. 12 horas para recuperar el sistema nos pareció una eternidad, pero ha sido un gran logro. Podíamos haber estado sin luz días o incluso semanas si se hubiese incendiado algún transformador o alguna subestación. Para lo que podía haber pasado, todo ha ido muy bien.