Mientras el suministro eléctrico caía, otro fenómeno menos visible aunque igualmente peligroso se aprovechaba de la situación.
Vivimos campañas de desinformación cada día. Se trata de un proceso, una estrategia con un objetivo muy claro, y con acciones muy planificadas y medidas. Y, especialmente, los momentos de incertidumbre son los más “rentables”.
Las redes sociales, sistemas de mensajería instantánea y medios sociales comenzaron a llenarse de mensajes alarmistas, teorías conspirativas, supuestos “audios filtrados” y vídeos de caos que no correspondían ni al lugar ni al momento.
La falta de datos oficiales claros, la necesidad y premura informativa dejaron un espacio libre para las especulaciones, y ese es el mejor momento para fomentar el miedo.
Una crisis de electricidad no solo detiene servicios: detiene certezas. En ese vacío, la ansiedad colectiva se transforma en clics, likes y cadenas de WhatsApp difíciles de parar.
La ciudadanía necesita explicaciones, y si no las encuentra en los canales oficiales, las buscará y encontrará en los no oficiales, incluso en las fuentes que suplantan a las oficiales, como ha sido el caso.
La narrativa del “sabotaje”, del “ataque cibernético” o del “encubrimiento político” se movió como si de pólvora se tratase. No importó si era real, solo importó que era compartible. Y esa es la gasolina de la desinformación: la emoción por encima de la verificación.
Es la fiesta de los sesgos, nos puede parecer solamente anecdótico, pero es un enemigo invisible que tiene amo o amos, y se usa como un arma. Es la guerra híbrida, la guerra informativa.
En nuestro trabajo hay muchas formas de analizar estas situaciones. Y una de ellas es analizarlo desde la teoría de los sesgos psicológicos de Buster Benson para clasificar narrativas, identificar campañas de desinformación y mapear el impacto psicológico en tiempo real.
Estas fueron las teorías falsas más difundidas, y los sesgos cognitivos que las potenciaron:
El sesgo de disponibilidad, ilusión de verdad, y de atención a lo inusual. Como, por ejemplo, algunas de las frases que escuchamos: “Nos ocultan la verdad desde el Gobierno”; “toda Europa a oscuras, lo dicen imágenes satelitales falsas”, donde parece que lo que se explota es demasiada información.
O el sesgo apofenia, proyección, y sesgo de grupo. Donde se explota haciendo creer que hay información insuficiente. Algunas de las teorías más difundidas han sido: “Es una maniobra del Foro de Davos” o “lo provocaron las élites”.
Otro de los sesgos que cada humano puede tener es de acción, de urgencia, y coste hundido. Es la necesidad de actuar ya, con informaciones que apoyan: “Comprar generadores. Hacer acopio...”.
El sesgo de confirmación, anclaje, o memoria selectiva trata de explotar lo que “recordamos”, potenciando informaciones como: “Esto ya lo avisó tal fuente de información o personaje público”; “nos engañan como en la pandemia...”.
Aparentemente, son usuarios anónimos o no, muchos de ellos suplantan la identidad de personajes públicos, y algunos incluso los podemos identificar haciendo una monitorización y un ejercicio de mapping de comunidades e influenciadores.
Lo que debemos tener muy presente para caer lo menos posible en estas campañas es saber que son actores organizados, ya sean ideológicos, comerciales o incluso geopolíticos.
La Unión Europea no es ajena a los intereses de quienes quieren debilitar la confianza en las instituciones. Y no hay nada que fracture más esa confianza que las campañas de influencia.