Carles Puigdemont nunca está contento. Declara José Luis Rodríguez Zapatero que hay que reconocer la nación catalana y Puchi me lo tilda de liante y de trilero. A él, a Pedro Sánchez y a Salvador Illa, aduciendo que los socialistas no cumplen sus promesas y que todavía está esperando el uso del catalán en Europa y, sobre todo, su amnistía, esa que bloquean, según él, los muy prevaricadores jueces españoles (¿cómo le vas a hablar a este de la separación de poderes y de Montesquieu cuando en su Cataluña soñada los jueces dependían del gobierno de la nueva nación independiente?).

Las epifanías de Puchi son de traca. ¿Ahora descubre que los sociatas no cumplen las promesas que le hacen? ¿Ahora se entera de que Sánchez es un trilero y Zapatero un liante? ¿Pero en qué mundo vive este hombre? Pero si todos sabemos que el presidente del Gobierno cree a pies juntillas, aunque no lo conozca, en ese dicho catalán que asegura que Qui dia passa, any empeny. Todos sabemos lo que valen las promesas de Sánchez: menos que cero. El hombre, que, efectivamente, es un liante y un trilero, promete lo que haga falta para mantenerse en el cargo, y luego, si te he visto no me acuerdo, o solo me acuerdo de vez en cuando, habitualmente cuando me amenazas con retirarme el apoyo por persona interpuesta, la de los muy desagradables Miriam Nogueras o Jordi Turull.

Salvador Illa le ha dado una alegría a Puchi cesando a Christopher Daniel Person, delegado de la Chene en Perpignan, pero lo ha hecho de manera un tanto vergonzante al asegurar que el señor Person ha dimitido por asuntos personales. Todos sabemos que Illa ha pretendido calmar a los lazis (y, sobre todo, al iracundo Agustí Colomines) prescindiendo de una pieza menor de su tablero de ajedrez (yo hubiese mantenido a Person en su cargo y salga el sol por Antequera, pero a Illa le gusta arrojarles unas monedillas a los lazis a ver si se callan, aunque los asuntos mollares de su presidencia los mantiene incólumes, como demuestra su renuencia a reunirse con el fugitivo de Waterloo).

Cada equis tiempo, los de Junts se indignan con los incumplimientos de los sociatas y les amenazan con retirarles el apoyo de sus siete diputados. El problema es que esas amenazas ya no se las toma en serio nadie, pues todo el mundo sabe que tumbar a Sánchez y arriesgarse, tras nuevas elecciones, a quedar en manos del PP es algo que a Puchi le da mucho yuyu.

Así, pues, se nos ofrece un teatrillo en el que cada actor hace lo que se espera de él: Sánchez, no cumplir lo que prometió para salir del paso, sin pararse a pensar si la promesa de turno era factible o no; Cocomocho, pillarse un rebote, insultar y amenazar. Ambos resultan tremendamente previsibles. Y cansinos, Y, en última instancia, aburridos.

Simular indignación ante algo que es una constante de su interlocutor mantiene a Puchi permanentemente instalado en el ridículo, que es, por otra parte, su hábitat natural. A no ser que sea tan tonto que no haya reparado en algo que los demás españoles descubrimos hace tiempo: que Sánchez es un liante y un trilero. Que envíe al Congreso a sus secuaces a rebuznar contra el PSOE y el perverso Estado español, que no conseguirá nada. Sánchez lo volverá a enredar y él seguirá esperando en vano que le apliquen la amnistía. Y si no le gusta, que se exponga a quedar a merced del PP.

Todos sabemos que el rebote de Puchi y los suyos durará cuatro días y luego se callarán hasta la próxima epifanía del expresidente. Como aquellos blancos que engañaban a los indios con cuentas de colores, los sociatas les seguirán engatusando porque, aunque Cocomocho sea muy bueno como liante y como trilero, Sánchez y Zapatero lo son aún más y gozan de un poder real. Así pues, querido Puchi, da gracias de que aún no estás en el talego y traga quina, que tú te lo has buscado.