Me cuenta un amigo que tuvo el (dudoso) placer de que le presentaran a José Luis Rodríguez Zapatero, que el expresidente del Gobierno y actual gurú del PSOE muestra una curiosa manera de mantener una conversación. Tú le hablas y él dibuja en su rostro su mítica sonrisa de buena persona (una mueca que le confiere cierto aspecto del Joker, la némesis de Batman), de tipo con talante (a secas, sin un adjetivo detrás que especifique de qué va ese talante), y la mantiene durante un lapso de tiempo excesivo.
Tú crees que te va a decir algo, o a contestar lo que le hayas preguntado, pero la esfinge sonriente se mantiene en silencio, como si ya tuvieras bastante con tan franca sonrisa. Al final, claro está, lo dejas con la mueca en la boca y te vas a buscar a alguien que se comunique con sus semejantes de la manera habitual (mientras te preguntas si el sujeto está bien de la cabeza).
Me pregunto si Zapatero recurrió a su magnífica sonrisa cuando le tocó acercarse a Suiza para hacer como que hablaba con Puchi, Turull y Nogueras, que están, al parecer, muy nerviosos porque ya no saben a quién chantajear, visto el rumbo catastrófico que está tomando el PSOE desde que sus secretarios de organización empiezan una vida entre rejas. Teniendo en cuenta que Pedro Sánchez no sabe qué decirles a los de Junts sobre las cosas que les ocupan y preocupan, tal vez no fue tan mala idea enviarles a alguien que sustituyera a Santos Cerdán y respondiera con silenciosas, pero sensibles, sonrisas a sus preguntas.
¿Que cómo está la amnistía en general y la de Puchi en particular? Sonrisa al canto. ¿Que cómo tenemos lo del catalán en Europa? Una sonrisa aún más franca. ¿Las transferencias de inmigración? Nueva sonrisa. ¿Lo de la financiación singular? Que el extremo de las comisuras llegue hasta las orejas.
Y así sucesivamente, hasta que Puchi, Turull y Nogueras se aburran del expresidente, lo dejen por imposible y vuelvan a sus madrigueras hasta nueva orden.
Reina la inquietud en Junts desde que encerraron a Santos Cerdán, dado que este robaperas era su interlocutor para los chantajes a Sánchez. Inquietud que se incrementa cuando piensan si vale la pena seguir chantajeando a un partido que se está yendo al carajo y del que lo más inteligente sería mantenerse prudentemente alejado.
El problema es que, sin el sanchismo, no hay nadie más al que chantajear, aunque Núñez Feijóo se haya acercado a Junts y al PNV en busca de improbables socios para una moción de censura. La respuesta de Junts, por cierto, ha consistido en citar a Feijóo en Bélgica, algo que este, aunque quisiera acudir, sabe que no puede permitirse. Y si no lo sabe, ahí está el agresivo y montaraz Tellado para recordárselo.
Enviar a Rodríguez Zapatero a Suiza, en condición de convidado de piedra, da una idea de cuáles son las principales preocupaciones de Sánchez en estos momentos. Y entre ellas no figura el deseo de quedar bien con Puchi y su alegre pandilla. Dado que se le están desmoronando el partido, el Gobierno y hasta el muro contra el fascismo que él tan bien representa, solo le falta tener que aguantar a los pelmazos de los catalanes amotinados con sus quejas permanentes y sus lloriqueos ante las promesas incumplidas (por cierto, quejarse de que Sánchez se hace el longuis con sus compromisos es descubrir la pólvora).
Probablemente, Puchi esperaba de la reunión en Suiza algo más que el silencio sonriente de Zapatero. Pero eso era todo lo que Sánchez podía ofrecerle. Si lo tomamos por el lado bueno, Junts no se llevó un no tajante a sus reivindicaciones.
De hecho, no se llevó nada. Bueno, sí: una sonrisa seductoramente bondadosa y unos cuantos kilos de talante. ¿De qué talante? Ni idea. Pero menos da una piedra, ¿no?