La oferta del BBVA sobre el Banco Sabadell entra en su fase determinante. O caixa o faixa, que se utiliza en Cataluña.
Quedan saber qué piensa Competencia (CNMC por sus siglas), que el Ejecutivo de Pedro Sánchez (y Salvador Illa en este asunto) se pronuncie y, finalmente, que el regulador de los mercados bursátiles (CNMV son sus siglas) autorice las condiciones para que el proceso público de oferta se lleve a término.
En ambos bancos velan armas. Carlos Torres, presidente de BBVA, debe rezar si es creyente para que la OPA salga adelante. Se jugó su carrera profesional con un órdago que en sus inicios nació con múltiples errores. Si las cosas se torcieran mucho y ninguno de los pasos pendientes fuera favorable, siempre le queda tirar de chequera y pagar más por el banco catalán. Retirarse de la OPA llevaría aparejada su dimisión.
No solo rascarse el bolsillo, también plantearse si cambia papelitos (acciones de su banco por otras del Sabadell) o paga más en efectivo. Algunos accionistas del banco vallesano (ahora con su regreso podemos escribirlo sin que en Madrid se molesten) lo están diciendo claro. El presidente de la gestora de fondos Magallanes, Iván Martín, era claro este viernes en el diario Expansión: “No es lo mismo pagar dinero que pagar en especie. Y esta es una oferta en especie. Es como si te pagan en casas, en coches o en oro. No es comparable. ¿Qué me ofrecen? Acciones de un banco que yo no quiero, que no tenía en cartera. Igual me equivoco, pero no lo quiero”. Magallanes tiene un 2% del Sabadell.
Ese reto permanece sobre la mesa de decisión de Torres, pero no es el único, hay otros. Para que el Gobierno de un país y el de una autonomía le reciban con estima, es necesario trabajo previo. BBVA no lo ha efectuado. Esa entidad no ha cultivado las relaciones institucionales en los últimos años, y la herencia de su anterior presidente, Francisco González, es peor, por muchas razones, y para olvidar.
Institucional es el territorio (sucursales incluidas), es la conexión con la sociedad civil, son las buenas formas, el interés por el presente y el futuro colectivo… BBVA lo tenía hecho porque se quedó con todas las cajas de ahorros catalanas salvo Laietana y Girona, que acabaron en Bankia y Caixabank, respectivamente.
En vez de mantener esa conexión con un mercado que viene de lejos (antes compró Banca Catalana, que a su vez había absorbido Mas Sardà), los gestores del banco de origen vasco se dedicaron a exprimir su rentabilidad y a centralizar.
Pensaron: nos hacemos más grandes, nos juntamos en el edifico Vela en Madrid y nos convertimos en el primer banco mexicano y el segundo turco. Lo de Cataluña, Euskadi, España incluso, queda un poco lejos, debieron pensar.
Pese a tanto error concatenado, es muy probable que BBVA triunfe más o menos en su oferta sobre Sabadell porque ponga más billetes sobre la mesa y acepte draconianas condiciones de las administraciones que reduzcan mucho las sinergias previstas.
BBVA necesita complementarse con el saludable balance del Sabadell y que sus números tengan un poco más de españoles y algo menos de mexicanos o turcos en los tiempos de geopolítica que nos esperan. Seguridad jurídica, of course, pero sobre todo garantía y fiabilidad del negocio. Al BCE le suena a música celestial la reducción de riesgo.
La entidad que preside Josep Oliu ha resistido bien los ataques del comprador. Por fortuna, la campaña televisiva del accionista vasco y el catalán que disertan sobre las bondades de la operación parece diseñada para colegiales y por el mayor enemigo publicitario del BBVA.
La batalla de la opinión pública no ha sabido liderarla Torres. Oliu, que no es la alegría de la huerta, le saca varias cabezas de ventaja: tiene a su lado a casi toda la sociedad civil y a los gobernantes con una pizca de victimismo nacionalista, al principio, y un regreso sorpresivo de la sede social a Cataluña, después, que abrió un melón.
Los números de Sabadell son buenos y su cotización resiste. Salga como salga la OPA, el banco catalán ha validado la máxima de que la competencia es sana, incluso aunque sea bajo amenaza de adquisición hostil. En la sede de Sant Cugat todos se pusieron las pilas y, desde el presidente al conserje de la puerta, todos se alinearon en la defensa de un valor y unos intereses que hacía tiempo que residían en la zona de confort, en especial durante la gestión de Jaume Guardiola, y que se activaron como un resorte financiero mágico. Ponerse las pilas, lo llaman los jóvenes.
Hoy Sabadell gana más, tiene más noviazgos posibles en lontananza y cuenta con respaldos interesantes. Muchos, diría que la mayoría, no son por composición sino por oposición. En Cataluña y algún otro territorio el BBVA da miedo. Así, literal. Pasa por ser un banco distante, algorítmico, que fue muy del PP y ahora no tiene alma (hace seis años que lo sostengo), y que no acaba de agradecer que los españoles le hicieran crecer e internacionalizarse dándole en adopción a las cajas de ahorros y hasta la parte de la antigua banca pública (Argentaria) que pone la A en sus ya semánticamente descafeinadas siglas.
Sí, pero eso es historia, puede decir Torres, “yo ni estaba en el banco”. Es obvio, es así. Igual de irrebatible es que los relatos reputacionales se construyen a partir del conocimiento del pasado, midiendo el presente y proyectando la resultante hacia el futuro. Y eso es lo que tiene que añadir BBVA a su oferta económica sobre el Sabadell: ¿garantiza un futuro confortable y sensible con empleados, stakeholders, clientes y otros sectores de la sociedad civil catalana? Ese es un compromiso inmaterial que no puede soslayarse como hasta la fecha. Sin duda, ahí anida el reto principal del éxito o el fracaso final de la OPA.