
¿Esto qué es?
A lo mejor el lector tuvo ocasión, en 2016, de ver la exposición, el descubrimiento, de Clara Peteers, pintora holandesa del siglo XVII, que le dedicó el Museo del Prado. Si la vio, desde luego que no la habrá olvidado.
A todo el mundo le fascinó la precisión, el encanto, la delicadeza de aquellos bodegones, generalmente composiciones con pedazos de quesos, frutas, algún insecto, vasos y jarras de fino cristal y aperos metálicos, en cuya bruñida superficie la pintora, hasta entonces tan poco conocida por el gran público, solía pintar el reflejo diminuto de su propio rostro, dejando la huella de su autoría, y un memento de que ella era, ella fue, al igual que las cosas que pintaba.

Imagen de un bodegón de Clara Peeters
Todos los bodegones, todas las naturalezas muertas o, como se dice en inglés, Still Life, además de ser un alarde de la destreza del artista, tienden a la naturaleza de vanitas, o sea de recordatorio de la naturaleza pasajera y mortal de las cosas, incluidas las más bellas y las más triunfales.
Las vanitas incluyen una calavera casi siempre. Las más terroríficas que he visto nunca son las Postrimerías de Valdés Leal en el hospital de la Santa Caridad de Sevilla. Son sepulcros con calaveras y osamentas, tiaras y coronas… Las encargó al artista Miguel de Mañara, aquel noble seductor que inspiró la figura de don Juan Tenorio pero que fue iluminado, cambió radicalmente de vida y se dedicó a la caridad, y a la asistencia de pobres y enfermos.
Los bodegones suelen presentar una composición cuidadosamente organizada y una iluminación elaborada que realza los detalles realistas de los objetos representados, flores, frutas, viandas, objetos brillantes y pulidos que reflejan la luz.
Entre sus muchas variantes hay una extraordinaria, que es la que cultivó en 2011 el fotógrafo Matt Collishaw (Nottingham, 1966), uno de los Young British Artists que pastoreó Saatchi, en su serie de bodegones Last Meal on the Death Row, o sea, “última comida en el corredor de la muerte”.

Imagen del fotógrafo Matt Collishaw
Sólo que los magníficos bodegones de Collishaw no representan flores y frutas sino los platos que pidieron cuarenta condenados a muerte en Estados Unidos. Hay en esta elección algo enfermizo, supongo que le movería al artista la piedad hacia los condenados y también el propósito de inducir en el espectador una meditación sobre la pequeñez de los deseos y las ambiciones humanas frente a la inmensidad de la tragedia de perecer.
Es lo propio de las vanitas. Fulano, condenado a muerte por haber matado a cinco personas, tuvo como último deseo unos huevos fritos con patatas; Mengano, condenado por unos crímenes de los que hasta el último momento clamó ser inocente, pidió una langosta, con mayonesa y pan; Zutano, un cubo de alitas de pollo de la Kentucky Fried Chiken. Y así.

Imagen de una obra del fotógrafo Henry Hargreaves
Ahora bien, muchos son los fotógrafos y pocas las ideas. En ese mismo 2011, otro artista fotógrafo, Henry Hargreaves, neozelandés de 1979 asentado en Nueva York, donde se especializó en fotografiar platos de comida –antes de ser un fotógrafo profesional trabajó en varios restaurantes--, se le ocurrió también interesarse por los registros de la última cena que pidieron los condenados a muerte, cocinarla y fotografiarla en su serie No seconds, o sea no segundos platos, no hay segunda ración o, más figuradamente, “no hay otra oportunidad”.
A diferencia de las imágenes de Collishaw, que se inspiran fuertemente en los bodegones flamencos, las fotos de Hargreaves, que él concibe como protesta contra la pena de muerte, son luminosas, frías, en un estilo claro de pintura hiperrealista.
Ambos, cuando exponen esas últimas cenas, las acompañan de cartelas con el nombre del ajusticiado y los elementos del menú que encargó. Gary Gilmore, asesino de dos personas que reclamó que se le aplicase la pena de muerte y que inspiró la novela de Norman Mailer La canción del verdugo (Mailer envidiaba a su enemigo íntimo Truman Capote por el éxito de A sangre fría y se propuso superarle en ese viscoso terreno), quiso hamburguesa, cinco huevos duros, una hogaza de pan y dos tazas de café, pero sólo se bebió el café.
Timothy McVeigh, que mató a 168 personas e hirió a cientos más en el atentado de Oklahoma (puso una bomba en un edificio) se zampó dos bolas de helado con pedacitos de chocolate…
Yo no sé muy bien qué pensar de los proyectos artísticos concebidos simultáneamente por Collishaw y Hargreaves. El primero me parece mucho más valioso y más hondo en términos de composición artística, pero el segundo me parece más “honesto”, menos romántico.
Ambos inducen efectivamente a la piedad y a la meditación sobre la vanidad de todas las cosas y a la fraternidad entre todos los seres humanos, y al mismo tiempo tienen algo morboso y efectista. ¿No es así?